SEBASTIAN ANDRES R.       OJOS DE UN ALMA QUE                                                                  LLORA


Ultimo Réquiem

 

Roja sangre del helado atardecer,

Brota de aquel rostro duro, demacrado,

Fuego de ardiente astro jamás besado,

Oscura sabiduría nunca tener,

Mas, vivir la pureza siempre ha amado.

  

Nostalgia sufriendo, el lejano azul mar,

Nostalgia por su pesare, lloriqueando,

Nostalgia, por el camino, escribïendo,

Nostalgia; por siempre sufrir, por amar,

Nostalgïa, cansado mano extendiendo.

  

Seres pequeños miserables, dolientes.

Esa eterna batalla. Tanto matar,

¿Cuál producto, por un solo ser amar?

¿Quién saco ganancia, seres vivientes?

¿Culpa que alguna, tïene por pagar?

 

Armaduras, de pieles tiernas, süaves,

De aquella hermosa jorobada ballena,

En su palacio de agua siempre serena,

Una nutria le advirtió, que de las nieves,

Venía una estampida de frío en la patena.

 

 

Cuanta magia de la superioridad,

Nunca entenderán, con orgullo poder;

De falsas masas gobernantes sin ver,

Lobo, oveja mentira, amabilidad,

Ambicïona su real consejo, su líder.

 

Brillante enviado de la eterna luz,

Brillante empleado de viña celestial,

Brillante desconocido, angelical,

Por muerte nuestra, cargo pesada cruz,

Enseñándonos como correccional.

 

Piel sensible, pelaje que siempre llora,

Piel defiende su corazón de lobo,

Piel, otoño, como nostálgico robo,

Piel sangrante, en la gigante mansión mora,

Piel bañada en helado calor, ¿la bebo?

 

Seres del alta sombra, violín tocando,

Intentando su tortura apaciguar,

Por la vida sin obtener su triunfar,

Cátedras de los astros de luz tomando,

Terrible, dura venganza por matar.

 

 

 

Lúgubre, mítico ser, en un rincón,

Sufrïendo, el ego de la humanidad,

rindïéndose ante la perversidad,

Bebiendo sus tristezas en un sillón,

Compartiendo su alegría por la mitad.

 

Autocráticos,  revolucïonarios,

Enemigos del arte, de la poesía,

Largo cabello la comida cocía,

Cuadrados geométricos, leen los periódicos,

Al incapaz ver que su bebe mecía.

 

Experimentos, siempre tan obsesivos,

Desborda de sangre la paz natural,

Que impotente Jirafa, pobre animal,

Extintos todos los parques recreativos,

Ya no corre aquel frondoso manantial.

 

Como asecha esa mirada del águila,

Alerta, rústica, siempre vigilante,

Es la mujer perfecta, es la gran amante,

Rudamente ahogado, en un vaso de tequila,

 

 

Espera la muerte, sentada, paciente.